Trabajar en la radio. Te Olvidaré... cap. V

A partir de entonces ya no hubo más contacto, aunque muchas veces sentí la necesidad de ir a buscarla, cada una de esas veces siempre pensé que hacerlo no supondría sino alargar la agonía, la terrible angustia de sentir el gran vacío de su ausencia, algo a lo que, a pesar del transcurrir de los años, nunca terminaba de acostumbrarme. No podía saber qué estaba siendo de su vida, ni si tendría una relación y, lo más determinante, las circunstancias no me permitían, bien por estudios, bien por trabajo o por escasez de posibilidades, hacerme mayores esperanzas. Recuerdo cómo, cuando llegué a tener mi primer coche, pensé que pronto, en uno u otro momento, viajaría hasta Moaña aunque solo fuera por el gusto de dar un paseo por aquella carretera, aunque la verdadera razón no era otra que la esperanza de volver a encontrarme con ella, mi gran amor. Siempre estuvo presente en mis pensamientos. En los momentos difíciles, cuando todo se ponía en contra, añoraba su mirada, el consuelo de su sonrisa, el eco de su dulce voz, su ternura reconfortante. Pero también cuando llegaban las horas de celebración, de fiesta, de éxito, de alegría, invocaba su nombre y mi mente gritaba en silencio ¡ojalá estuvieras aquí!. Siempre me faltó su presencia, siempre quise compartir con ella los momentos especiales, buenos y malos, que se suceden a lo largo de la vida.  Nunca, nunca llegué a olvidar a mi dulce y querida niña gallega.


Travesía por el Atlántico
Aunque había ocupado un tiempo dilatado, mi experiencia en la Marina fue, en términos generales, positiva. Había recibido formación y contaba con experiencia de haber trabajado con dispositivos electrónicos; había tenido la oportunidad de navegar y de conocer muchos puertos de la península y de las islas; tuve la ocasión de conocer otros países, crucé el Atlántico, había atravesado el inquietante Triángulo de las Bermudas y conviví con jóvenes estadounidenses en la base naval de Jacksonville, en el estado de Florida. Y ahora, con 20 años recién cumplidos, estaba libre de compromisos y listo para matricularme en la Universidad. Estudié Periodismo, una de las ramas de Ciencias de la Información y también, alentado por una vocación que me venía de lejos, quizá desde la infancia cuando descubrí entre mis vecinos ilustres estrellas radiofónicas como Matilde Conesa o Pedro Pablo Ayuso, completé un curso extra de Locución, Redacción y Realización Radiofónica en el desaparecido Centro Español de Nuevas Tecnologías. 

No quise perder mi condición de emancipado así que, pesar de estar en mi ciudad y con gran disgusto para mi madre, opté por irme a un piso de alquiler compartido con otros estudiantes. Y no, no fui de los que llevaba su ropa sucia a casa, ni hacía visitas intempestivas para arramplar con lo que hubiera en la nevera aunque, bien es verdad que mi madre me preparaba, o cuando cocinaba algo especial me reservaba, esas cosas que tanto me gustaban. Todos, absolutamente todos, podemos coincidir en que nadie cocina mejor que tu madre, la persona que además de tu carácter, también educó tu paladar desde la más tierna infancia.

Vivir fuera de casa me impuso la necesidad de trabajar, tener ingresos para pagar el alquiler y mis otros gastos. Durante mi tiempo en la Marina, como consecuencia de los emolumentos recibidos, sobre todo por los conceptos que derivaban de haber hecho un largo  viaje de ida y vuelta a los Estados Unidos, pude ahorrar lo suficiente como para poder comprar mi primer coche, un pequeño Seat 133 de segunda mano con el que llegué a viajar hasta Berlín con otros dos buenos amigos. El viejo Seat se portó como un valiente y me duraría algún tiempo más que el que ocupó terminar la carrera. Recurrí a todo tipo de actividad con la que pudiera obtener ingresos sin menoscabar mi tiempo de asistencia a clase. Vendí libros y seguros, serví copas, pinché discos, trabajé en un Banco como captador de pasivo, fui redactor auxiliar en una revista de turismo y, aunque por ello no obtuve contraprestación económica directa alguna ya que se trataba de una  plaza de lo que por entonces se denominaba “meritorio”, o sea, una plaza en prácticas, fui locutor de Radio Cadena Española en Radio Juventud de Madrid, emisora en la que tuve ocasión de dirigir de tres proyectos. El primero fue un espacio de contenido humano, de una hora semanal en la tardes de los martes, razón por la que lo bauticé con el nombre de «Artículo 2» en alusión a los “Los Estatutos del Hombre” de Thiago de Mello que, según la traducción de Pablo Neruda, reza que «queda decretado que todos los días de la semana, incluso los martes más cenicientos, tienen derecho a convertirse en mañanas de domingo».


-Venimos del aeropuerto-, me dijo. -Acabamos de llegar de Berlín con las mezclas definitivas del nuevo álbum que saldrá dentro de unos días-

No fui consciente de lo comprometido de este programa hasta que un día, al terminar uno en el que con ocasión de la celebración del «Día del Pueblo Gitano», habían venido a explicar sus respectivas posturas representantes de Presencia e Integración Gitana, fui objeto de una agresión de la que, según parece, salí demasiado bien para lo que pudo haber sido. La Policía concluyó que, al salir de la emisora fui seguido por alguien, quizá más de un individuo, posiblemente integrantes de algún grupo de corte nazi que, dicho sea de paso, no eran tan infrecuentes en el barrio de Salamanca en el que se ubicaba Radio Juventud. Recuerdo que entré en una cabina para llamar a la persona con la que había quedado para avisar de que llegaría más tarde de lo previsto. En medio de la llamada, como pudo escuchar mi interlocutor, se pudieron oír unos gritos y un golpe seco. No comprendí muy bien que decían pero sentí en la sien izquierda un fortísimo golpe propinado quizá por una barra de hierro, quizá por un bate, no sé, pero era algo muy duro. Atontado sentí que me arrastraron sacándome de la cabina telefónica y que empecé a recibir todo tipo de golpes y patadas. Perdí el conocimiento. Desperté, completamente aturdido, en una Casa de Socorro. Pude dar el teléfono de casa de mis padres y, al día siguiente desperté en el hospital. Cuando por primera vez me miré en un espejo no me reconocí. Tenía la cara totalmente desfigurada y, a excepción de la nariz rota, afortunadamente todos mis huesos estaban enteros. Tardé más de diez días en empezar a recuperar mi aspecto, aunque siempre me quedaría una nariz algo diferente, como más grande y retorcida, como la típica de un boxeador.

El segundo proyecto me comprometió a algo más y supuso asumir más responsabilidades, no sin haberme granjeado antes la confianza de Ernesto Pérez de Lama, el director de la emisora. Se trató de “Hoy Mañana”, un programa diario de una hora de duración que implicaba madrugar, abrir la emisora a primera hora de la mañana, para lo que se me confiaron mi propias llaves. Debía arrancar los equipos y contribuir a que, a partir de las siete de cada mañana, nuestra audiencia despertara con optimismo e información sobre las actividades que estuvieran convocadas para el día.

Eso de “arrancar los equipos” suponía llegar con antelación suficiente para, una vez encendidos los transmisores y los amplificadores, ambos con circuitos de enormes válvulas de vacío, diera tiempo a que calentaran lo necesario como para que todo funcionara perfectamente antes de iniciar la emisión. También los motores de los platos giradiscos necesitaban su tiempo antes de estar en condiciones de funcionar a la velocidad adecuada.

Con este proyecto llegué a recibir muchas cartas, algunas firmadas por los que tiempo después llegaran a ser nombres populares, como por ejemplo Guillermo Fesser y José Luis Cano, conocidos más tarde como «Gomaespuma». Tuve, además, ocasión de conocer a muchos artistas y famosos que, en ocasiones, venían a compartir conmigo algunos minutos del nuevo día, algunas veces provistos de reconfortantes cafés o chocolate con churros.


Santa Lucía
Una de las anécdotas más llamativas y emocionantes relacionadas con este programa me la proporcionó el mismísimo Miguel Ríos. Acompañado de Carlos Narea y alguien más cuyo nombre, con perdón, no recuerdo, el viejo rockero apareció un buen día en el estudio con una cinta de bobina abierta bajo el brazo.


¡No me lo podía creer!, pero tenía su lógica. En aquel tiempo, a esas horas de la mañana, Radio Juventud era la única emisora de FM de todo Madrid, libre de obligaciones con sus respectivas cadenas y por tanto dueña de su tiempo.

-Si puedes, pon el segundo corte que será el single-, me pidieron.

Y así, mi programa, el programa de aquel modesto meritorio estudiante de Periodismo fue donde se estrenó «Santa Lucía», una canción de Roque Narvaja, primer single del nuevo LP de Miguel Ríos en 1980, «Rocanrol Bumerang». Ni que decir tiene lo orgulloso que me sentí y la impresión que me causó aquel inesperado acontecimiento. Quizá fue eso lo que catapultó mi programa hasta llamar la atención de cierto productor que empezó a contratar publicidad para mi espacio, lo que repercutió de manera muy notable en incrementar mis raquíticos ingresos. Aquella temporada tuve, además, ocasión de colaborar con otros programas de la misma emisora, gracias a lo cual dispuse de la ocasión de conocer a nuevas gentes, como por ejemplo una tal Luz Casal, la chica de los pantalones de cuero que siempre tenía un libro entre sus manos. Cuando en cierta ocasión, durante una visita a las oficinas de Polygram en Madrid, pude escuchar la maqueta de «El Ascensor», su primera grabación, no fui capaz de adivinar, hasta que me desvelaron la incógnita, que la dueña de aquella voz tan potente y con tan impresionante carácter era precisamente la de ella.

Al año siguiente, el último antes de concluir la Facultad, pude llevar a cabo mi tercer proyecto que, modestia aparte, imprimió carácter. Se trató de «Ni Corto, Ni Perezoso», el primer programa del dial de FM que ocuparía toda la noche enlazando el hasta entonces último programa del día anterior, con el primero de la mañana siguiente. Dadas mis posibilidades el programa solo se emitía los viernes y sábados, y aunque pronto puso en evidencia el interés de lo que parecía ser una gran audiencia, lo cierto es que la idea no prosperó en la emisora aunque muy pronto otras cadenas imitaron la idea, pionera por entonces cuando las únicas emisoras que podían sintonizarse durante la madrugada venían siendo las convencionales de Onda Media. A pesar de todo, aquella fue una época de grandes descubrimientos y el reto, aún conllevando un gran esfuerzo, me aportó una enorme experiencia. Durante aquel año, cada fin de semana, estuve dando el relevo de la continuidad de la programación a un muchacho que llegaba a la emisora poco antes de las nueve de la mañana para hacer su propio programa musical, un tal Juan Ramón Lucas.

Y ni que decir tiene el que durante toda aquella época, inicios de los tiempos de la famosa "Movida Madrileña", mi relación con la radio me dio ocasión de asistir a muchas fiestas y saraos, y me proporcionó el privilegio de ver, desde sitios inaccesibles para el público, eso que llaman el backstay, conciertos y actuaciones de infinidad de artistas, desde los de moda y efímero éxito, hasta los consagrados y de larga trayectoria como lo fueron, algunos todavía lo son, Supertramp, Génesis, The Who, Dire Straits o Fleetwood Mac, entre otros muchos. Y no es que fuera yo un ligón, ni mucho menos un tipo atractivo, nunca lo fui, pero me surgieron admiradoras e incluso las hubo que insistieron  en sus proposiciones hasta la saciedad, pero jamás saqué provecho de ninguna de esas situaciones. Siempre podré llevar a gala que todas mis relaciones tuvieron su origen en otro tipo de circunstancias.


Al concluir la carrera, que durante el último curso compaginé con lo que hoy sería un master, emprendí la búsqueda de empleo y, a pesar de poder hacerlo en Madrid, acepté una oferta de una emisora de Elche. Hubiera preferido que hubiera llegado de cualquier rincón de Galicia, puesto que, como siempre, tenía a mi gran amor en el pensamiento, pero nunca llegó y confieso que lo busqué con interés. Aunque por entonces todavía no parecía ser un requisito excluyente, lo cierto es que el buen conocimiento del idioma local empezaba a ser una necesidad. Hice cuanto pude para poner mi conocimiento del valenciano-catalán al nivel coloquial indispensable para mi trabajo. 

Con la adjudicación de nuevas frecuencias a mediados de los años 80, la empresa para la que trabajaba abrió una nueva emisora en Elda, una de las localidades con mayor población de la provincia. Por ese motivo, junto a un grupo de veteranos y veteranas compañeros y compañeras, puse mi voz y mi trabajo al servicio de ese proyecto que, al poco, se adjudicó un notable éxito. Todavía me ruboriza recordar que me pidieran autógrafos en los restaurantes en los que coincidíamos con compañeros de otros medios.


Al cabo de no mucho tiempo, la Cadena SER abrió su propia emisora en Elche y me hicieron una oferta que acepté. Pero no duré ahí mucho tiempo porque, casi de inmediato, me ofrecieron un trabajo similar pero en una nueva emisora en la capital, en Alicante. Y estando allí recibí una oferta de Antena3-Radio por lo que, tras un breve paso por Madrid, ocupé el puesto de Jefe de Programas en su emisora de Cádiz, ciudad de especial encanto en la que hice buenos amigos y en la que viví acontecimientos de especial interés, como por ejemplo la llegada del entonces Príncipe de Asturias al buque escuela Juan Sebastián Elcano para iniciar sus prácticas como guardiamarina.

Quizá por su relación con la mar oceana, en Cádiz conocí a algunos gallegos que residían allí. Hablar con ellos, escuchar ese inconfundible acento, reavivaba mis nostalgias, o sea, me provocaba la típica morriña. En mi cabeza y en mi corazón residía el mismo recuerdo. Fue también durante ese tiempo cuando experimenté la relación de pareja con la que más me llegué a ilusionar, aunque no lo suficiente como para eclipsar de mi memoria el recuerdo de la muchacha moañesa que siempre la ocupó. Fue con una compañera de profesión. Era redactora delegada del Diario de Cádiz en el Puerto de Santa María, una mujer verdaderamente guapa, muy profesional e inteligente. Tuvimos una relación intensa, apasionada. Llegamos a hacer planes y todo pareció indicar que podría ser una relación definitiva para ambos. Sin esperarlo, ni pretenderlo, quedó embarazada y eso hizo que considerara la transcendencia de ser padre, con lo que me llegué a ilusionar pero, dado que su objetivo era un trabajo en televisión, meta que ya veía próxima, decidió no gestar ese hijo, algo a lo que, por respeto y a pesar de exponerle mis razonamientos, no pude oponerme. Tuve que transigir con su decisión pero la relación terminó ahí. Aquello fue un palo tan severo que me resultó muy difícil encajar. Tanto que sentí la necesidad de marchar lejos de allí. 

Al poco tiempo volví a Madrid. Hice el intento de trabajar en unos estudios de doblaje en los que se adaptaban diversas series americanas. De ahí que mi voz fuera, ocasionalmente, la de algunos personajes de series como aquella tan popular de «La Casa de la Pradera». Pero el escaso trabajo no alcanzaba para cubrir mis necesidades y, las vueltas que tiene la vida, mira por donde fui yo el que acabó trabajando en la tele. Insté a un puesto de locutor-redactor que ofrecía un programa de «La 2», un informativo juvenil que se llamaba «El Domingo Es Nuestro», lo que, mientras duró la temporada, me proporcionó un medio de vida. Se agradecían muy especialmente las comisiones de servicio, retribuciones muy generosas que TVE pagaba cuando el trabajo encomendado obligaba a desplazamientos fuera del lugar de residencia. El tener que hacer acopio de material para cada programa motivaba que el equipo de producción se desplazara a los sitios en los que acontecía algo de interés. Cuando acabó la temporada el productor me aseguró tenerme en cuenta para la siguiente pero, avatares de las programaciones, esa nueva temporada nunca llegaría a comenzar. Al menos durante aquellos meses pude conocer a algunos de los integrantes de un programa con el que compartíamos sala de redacción y que llegaría a ser un hito en la historia reciente de la televisión en España: «La Bola de Cristal».

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