Inicié así, en el verano de 1987, unas inesperadas e indefinidas vacaciones. Recibí la llamada de un antiguo compañero al que conocí en Alicante, cuando ambos trabajábamos en la misma emisora. Eran los años en los que comenzaron a proliferar las emisoras municipales, las radios locales, lo que abrió nuevas expectativas a la profesión a pesar del intrusismo que alimentado por el enchufismo y los amiguismos imperaba por doquier, en todo municipio. Pero de vez en cuando surgía una oportunidad para algún profesional, siempre necesario a la hora de encauzar y dirigir proyectos que requieren cierto conocimiento y experiencia.
-Me he metido en esto porque es un reto divertido y el sitio es tranquilo- me dijo.
-Llevo aquí unos meses y he alquilado un bungalow en una urbanización de montaña muy chula. ¡Vente a pasar unos días y lo conoces!-, me sugirió.
-Llevo aquí unos meses y he alquilado un bungalow en una urbanización de montaña muy chula. ¡Vente a pasar unos días y lo conoces!-, me sugirió.
Sin tener otra cosa mejor que hacer que recapitular y reorientar mi vida, la sugerencia me pareció atractiva. Unos días de descanso lejos del ambiente rutinario no me vendrían nada mal. Hice el equipaje, me subí en mi R-5 y conduje hasta Ibi, el pueblo alicantino desde el que me llamó mi antiguo compañero. Una pequeña localidad en un extremo de un valle a menos de 30 kilómetros de la costa pero a 800 metros de altura. Orografía y situación confieren al lugar un clima y unas características especiales. De aquí, en el siglo XIX, surgió la industria del helado cuyo principio radicaba en la técnica de conservar, en hondas cavas o neveros, la nieve que luego los heladeros pioneros acarreaban a cientos de kilómetros de distancia para usarla como materia prima.
Consecuencia de la anterior, el latón y la hojalata fueron el germen de una nueva industria. A principios del siglo XX surgió en Ibi la industria del juguete, lo que le valió a esta villa la denominación de «Centro Español del Juguete». Hasta mediados del años 60 el sector experimentó un crecimiento espectacular. En pocos años, la inmigración terminó por triplicar la población y la cantidad de espacio de los polígonos industriales comenzó a ser mucho mayor que la que ocupa el casco urbano. Y aunque hoy la industria se ha diversificado, en Ibi, en todo el denominado «Valle del Juguete» y en municipios próximos, se concentra el ochenta por ciento de la producción de cuantos juguetes se fabrican en España.
No transcurrió mucho tiempo para que, con independencia de colaboraciones puntuales en aquella incipiente emisora de radio municipal que mi compañero trataba de dirigir, empezara a necesitar tener mi propia ocupación y, aunque disponía de dinero ahorrado, contar con nuevos ingresos. Conseguí hacerme con la corresponsalía del periódico de referencia en la provincia, el diario Información. Empecé a recuperar el hábito de escribir para redactar noticias, crónicas y algunas entrevistas. Con ocasión de alguna visita que necesariamente tenía que hacer a Madrid para resolver asuntos o cobrar atrasos en Prado del Rey pendientes de mi anterior trabajo en televisión, aprovechaba para entrevistar a cualquier personaje popular que se me pusiera a tiro. Así lo hice, por ejemplo, con Chicho Ibáñez Serrador que por entonces dirigía la última temporada de su celebérrimo «Un, dos, tres». Este tipo de trabajos me proporcionaban un tipo de material que acababa por publicarse en páginas destacadas como contraportadas o en especiales dominicales lo que, en consecuencia, me proporcionaba ingresos extra, lo que siempre venían muy bien.
Mi mayor pericia con la prensa escrita supuso verme involucrado en el proyecto de fundación de una nueva publicación periódica local en la que, desde un principio, fui el único redactor para todas las secciones, un trabajo árduo, ingrato y mal retribuido que me originó más problemas que satisfacciones. La irrupción en la provincia del diario «El Mundo», cuando abrió una nueva delegación en la capital, me proporcionó la oportunidad de convertirme en un free lance y, aunque no me identificara con su línea editorial, pude publicar grandes reportajes sobre fiestas locales de toda la provincia, que no eran pocas, y otros temas de sociedad. Casi sin darme cuenta, me fui acomodando en el sitio al que había llegado con el propósito de pasar unos días de vacaciones.
Fue durante ese tiempo cuando tuve ocasión de conocer a la persona que hasta la fecha, más generosa y compresiva ha sido conmigo. Un psicóloga a la que conocí en una fiesta y que poco después acudió a mi, como empezaban a hacer muchos otros profesionales liberales, comerciantes y responsables de negocios, para pedirme consejo sobre cómo promocionar su actividad profesional. Aunque por entonces tenía una pareja con la que mantenía una relación tan inestable como aburrida, a veces incluso incómoda, empezamos a salir. Pronto congeniamos y nuestra relación adquirió un carácter romántico con el que disfrutamos de días muy felices. Tras un rápido viaje de fin de semana a Madrid para celebrar nuestra recién estrenada relación, decidimos comenzar nuestra convivencia en pareja. Todo me hacía presagiar que, por fin, había encontrado a la persona adecuada. Mi nueva compañera llegó como un regalo llovido del cielo y no me resultó difícil hacer de lo nuestro un proyecto sólido y con futuro.
Por entonces, después de cerca de veinte años en Lieja, ciudad belga en la que había venido ejerciendo como director de la Casa de España, a mi padre le llegó el día de su jubilación. Su despedida de aquella ciudad tuvo una gran repercusión, de lo que dejó constancia la prensa local y una gran fiesta para la que, por primera vez en mucho tiempo, se unieron sectores de la emigración española tradicionalmente enfrentados. En poco tiempo mis padres organizaron su viaje de vuelta definitiva a España. Mi residencia en Alicante y sus deseos de disfrutar de la luminosidad y el apacible clima mediterráneo después de haber pasado tanto tiempo bajo el frío y plomizo cielo centroeuropeo, les animó a buscar una casa cerca del mar, en San Juan.
Todo comenzó a cambiar de forma tal que, casi sin darme cuenta, empecé a adoptar nuevas filosofías de vida en las antípodas de las que hasta no hacía mucho tiempo habían sido las que imperaban en mi vida, siempre dispuesto a mudar de residencia y a comenzar un nuevo trabajo en cualquier parte. Ahora, las circunstancias requerían comenzar a pesar de manera bien distinta. Todo apuntaba a que lo que viniera lo haría, a partir de entonces, en clave de tranquilidad y que, junto a mi pareja, lo compartiríamos con felicidad lo que, cuando asaltaba mi memoria, me hacía suponer que ya quedaban definitivamente en un lejano recuerdo todas aquellas esperanzas de vivir la vida que siempre creí era la que me correspondía, allí en Galicia y con aquella muchacha de la que, a pesar de todo, siempre llevaba conmigo como un recuerdo imborrable grabado en mi corazón.
Los cambios empezaron por plantear la necesidad de disponer de nuestro propio negocio y así, mi pareja y yo, decidimos dar un cambio de rumbo a nuestras respectivas vidas. Ella dejaría a un lado su consulta clínica de psicología y yo mis labores periodísticas para, sumando habilidades y experiencias, poner en marcha un negocio con el que ofrecer orientación y formación para profesionales, servicios de selección de personal para empresas y, paralelamente, trabajos de promoción, marketing y campañas de publicidad para comercios e instituciones. Llegamos a fundar una pequeña revista de bolsillo de reparto gratuito que, con la base de sencillas secciones fijas, funcionaría como soporte, económico y eficaz, para la difusión y promoción de los comercios y servicios de cada localidad en la que se distribuyera. Todo funcionó incluso mejor de lo inicialmente esperado hasta que comenzaron los años en los todo quedó lastrado por los efectos de una crisis económica tan inesperada como demoledora.
Pronto vimos en riesgo el producto de nuestros esfuerzos y, antes que soportar un colapso total, nos vimos obligados a dejar de publicar aquella pequeña revista e incluso a despedir a algunas de las personas que hasta la fecha habían venido colaborando con nosotros en un ambiente de trabajo que siempre fue más familiar que jerárquico. Unas nuevas circunstancias que, no hay porque negarlo, llegaron a influir en nuestra relación hasta desatar momentos complicados en la convivencia. Además de la crisis global que estaba convulsionándolo todo, otra se estaba desatando en nuestro mundo interior afectando a nuestra intimidad.
Y ya se sabe, las desgracias nunca vienen solas. A consecuencia de una fractura de cadera que se produjo por una caída fortuita, el estado de salud de mi madre empezó a decaer a pasos agigantados. Una noche recibí una alarmante llamada de mi padre.
-Tu madre está muy mal, no sé que puedo hacer-, me dijo en un tono de evidente nerviosismo.
Me era inusual encontrar a mi padre tan sumamente desorientado y eso me causó aún mayor alarma. No dudé en desplazarme con urgencia hasta casa de mis padres que, aunque próxima, suponía recorrer una distancia suficiente, parte de ella por el casco urbano de Alicante, como para que se tardara un tiempo que esa noche se me hizo interminable. Cuando llegué encontré a mi madre francamente mal. De inmediato pedí una ambulancia. Por suerte el hospital, el mismo en el que la operaron, estaba muy cerca, pero la ambulancia tardaba una eternidad. A nuestra llegada a Urgencias, nos acomodaron en una pequeña salita en la que esperamos solos, sin compañía de otras personas. Al cabo de un rato llegó la peor de las noticias posibles. El Universo entero parecía haberse confabulado en nuestra contra, dejando caer todo el peso de su crueldad más despiadada. Grandes cambios estaban a punto de llegar.
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